Reconstrucciones. Reseña de Manu López Marañón

Los campos de refugiados, la ciudad de Juárez, los prostíbulos, la violencia de género… ¿Cómo sería un mundo sin alambradas construido a imagen del hombre por manos de mujer? Reconstrucciones, estremecedor poemario de Isabel Hualde. Por un verano de lecturas poéticas.

Manu López Marañón

Bajo el título de «Diario de las fronteras», las trece composiciones que configuran el primer capítulo de Reconstrucciones ofrecen, en tonos amenazantes y angustiados, estremecedores retratos de campos de refugiados (su atemporalidad no impide la descripción de sus comunes características), de puestos fronterizos (implacablemente inhumanos) o dantescas visiones, bien de la Europa actual (donde Jesucristo volvería a ser crucificado), bien de inclementes países que no toleran soñadores en su suelo. Ante estos panoramas germinan poemas de «escapada» hacia lugares de provisión donde la tierra, por fin, nos pertenezca, donde, calzados en unos zapatos mágicos que nos permitan atravesar cualquier frontera, encontremos la libertad (aunque los efectos de la apatridia se hagan duros en invierno). Hay también poemas bélicos apoyados en la iconografía de un mundo paralizado ante la muerte que encuentran plasmación, por ejemplo, en la bala con la que juega el niño, la misma, seguramente, que matará a esa niña preparada para recibir un disparo de fusil. En la composición final la autora se pregunta —sin dar respuestas: Hualde nunca las da— qué hacer en este mundo en crisis, donde nadie sabe en qué emplear sus manos y su voz.

En «Si pudiera danzar», buscando la cara más radical del feminismo, Hualde pone su grito en el infierno sobre Juárez, localidad mejicana célebre por los secuestros y asesinatos de mujeres (unos feminicidios destinados al tráfico de órganos). La niebla cubre a la ciudad como metáfora de tanto crimen impune. Las víctimas se preguntan el porqué de unas muertes —solitarias y horribles— que las conducen, convertidas ya en estatuas sin posibilidad de descanso, a tumbas sin rostro. Otras imágenes no son más misericordiosas. Así, un prostíbulo se presenta como un lugar donde se destruyen las palabras entre tanto polvo sin perspectiva. Una silente procesión de ciegos que recuerda a La parábola de los ciegos de Brueghel; la llegada al hogar de un torturador reanudando con cinismo su vida familiar; el encuentro entre víctima y verdugo destinado a una mutua oscuridad como metáfora de la venganza; o una danza entre hogueras conforman, sin agotarlo, este conmovedor muestrario.

Los catorce poemas del último capítulo, de igual título que el poemario, suponen un claro alivio, tanto para la creadora como para su lector, después de tanta devastación. Llegado es el momento de edificar, tras la guerra, una ciudad que deje atrás las alambradas y en donde, tras la noche que supone cualquier dictadura, se negocie y se restituya. En este marco, la humanidad reconstruye la tierra no a imagen de Dios, sino a imagen del HOMBRE (para ello siempre se contará con las manos de las mujeres, unas manos cuyas múltiples funciones permiten tanto la supervivencia como la edificación). Olvidando aquella triste ciudad agonizante, en la nueva, la poesía, con sus potentes metáforas —a modo de cósmica escoba que barra toneladas de mierda— libera a aquellos mudos súbditos volviéndolos puros y renacidos. Para esta titánica labor de reconstrucción Isabel Hualde no ha dudado en pedir colaboración a otros poetas para que la ayuden.

puede que fuéramos nosotros / quienes empuñáramos la noche / contra el rostro del tirano / y algunos salimos ilesos / hemos nacido para brillar / y en esas estamos.

FUENTE: Moon Magazine, 02/08/17

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